Por: Iconoclasta
Uno de los grandes escritores que los rodea un aura de lúgubre misterio lo encontramos en personajes como Carlos Castaneda (1925 -1998) que se nos presentas como lázaro vuelto de la tumba, el antropólogo que, al tratar de realizar un estudio sobre plantas medicinales en tierras mexicanas, se ve inmiscuido en un “andar” lleno de conocimiento y poder. Castaneda se vuelve aprendiz de “Brujeria”, del nahualismo del benefactor Juan Mathus. Que de manos de “aliados” como el toloache, una mezcla de hongo y el peyote le hacen ver una realidad diferente o como el mismo escritor lo dice. -una realidad no ordinaria. - de lo que es el mundo, también algunos lo han representado como la derrota del mundo contemporáneo ante los inexplicables elementos que se escapan de nuestra percepción citadina. En este primer encuentro con el poder, Castaneda se ve forzado a aprender estas artes para defenderse de la bruja Catalina. Una enemiga implacable del nahual Matus. Con este primer libro.-que también fue su tesis .- con esta “asechanza” comienza la magia de Castaneda. ¿Cómo debe de actuar alguien que busca conocimiento? Debe ser impecable es sus acciones, Cuando un hombre empieza a aprender, nunca sabe lo que va a encontrar. Su propósito es deficiente; su intención es vaga. Espera recompensas que nunca llegarán, pues no sabe nada de los trabajos que cuesta aprender. Pero uno aprende así, poquito a poquito al comienzo, luego más y más. Y sus pensamientos se dan de topetazos y se hunden en la nada. Lo que se aprende no es nunca lo que uno creía.
En verdad, los
libros de Castaneda están rodeados de temas, que, aunque bizarros se pueden
entender desde varios ángulos. Comparto una parte del libro, la saque al azar. Pero
si les gustan las buenas lecturas llenas de conceptos arcaicos, oscuridad pasen
a descargar el PDF, de igual manera recomiendo el libro físico, que no pasa de 100 pesos.
(…)
Tomando un botón de
peyote, lo froté como él había hecho. Mientras tanto, don Juan canturreaba,
oscilando a un lado y a otro. Traté varias veces de meter el botón en mi boca,
pero me avergonzaba gritar. Entonces, como en un sueño, un alarido increíble
salió de mí: ¡Aíííí! Por un momento pensé que se trataba de alguien más. De
nuevo sentí en el estómago los efectos de un shock nervioso. Estaba
cayendo hacia atrás. Me estaba desmayando. Metí en mi boca el botón de peyote y
lo masqué.
.-¡Abuhtol [?] ya
está aquí! -dijo.
Yo nunca había oído
esa palabra, y meditaba si preguntarle sobre ella cuando percibí un ruido que
parecía ser un zumbido dentro de mis orejas. El sonido se hizo gradualmente más
fuerte, hasta semejar la vibración causada por un enorme zumbador. Duró un
momento breve y se fue apagando hasta que todo estuvo otra vez en silencio. La
violencia y la intensidad del ruido me aterraron. Temblaba tanto que apenas
podía permanecer en pie; sin embargo, mi estado era perfectamente racional. Si
unos minutos antes me hallaba soñoliento, esta sensación había desaparecido
por entero, dando paso a una lucidez extrema. El ruido me recordó una película
de ficción científica en que las alas de una abeja gigantesca zumbaban al salir
de un área de radiación atómica. Reí de la idea. Vi a don Juan reclinarse para
recuperar su postura relajada. Y de pronto volvió a acosarme la imagen de una
abeja gigantesca. La imagen era más real que los pensamientos comunes. Estaba
sola, rodeada de una claridad extraordinaria. Todo lo demás fue expulsado de mi
mente. Este estado de claridad mental, sin precedente en mi vida, produjo otro
momento de terror.Empecé a sudar. Me incliné hacia don Juan para decirle que
tenía miedo. Su rostro estaba a unos centímetros del mío. Me miraba, pero sus
ojos eran los ojos de una abeja. Parecían anteojos redondos, con luz propia en
la oscuridad. Sus labios formaban una trompa y de ellos surgía un ruido
acompasado: "Pehtuh‑peh‑tuh‑peh‑tuh." Salté hacia atrás, casi
chocando contra el muro de roca. Durante un tiempo al parecer infinito
experimenté un miedo insoportable. Jadeaba y gemía. El sudor se había
congelado sobre mi piel, dándome una rigidez incómoda. Entonces oí la voz de
don Juan diciendo:
‑Anuhctal [según oí
la palabra en esta ocasión] está aquí ‑dijo don Juan. Yo imaginaba el bramido
tan atronante, tan avasallador, que nada más importaba. Cuando amainó, percibí
un aumento súbito en el volumen de agua. El arroyo, que un minuto antes había
tenido una anchura de menos de treinta centímetros, se expandió hasta ser un
lago enorme. Luz que parecía venir de encima de él tocaba la superficie como
brillando a través de follaje espeso. De tiempo en tiempo el agua cintilaba un
segundo: dorada y negra. Luego quedaba oscura, sin luz, casi fuera de vista y
sin embargo extrañamente presente.
(…)
Al pie de un
peñasco vi a un hombre sentado en el suelo, con el rostro vuelto casi de
perfil. Me acerqué hasta hallarme quizá a tres metros de él; entonces volvió
la cabeza y me miró. Me detuve: ¡sus ojos eran el agua que yo acababa de ver!
Tenían el mismo volumen enorme, el cintilar de oro y negro. La cabeza del
hombre era puntiaguda como una fresa; su piel era verde, salpicada de innumerables
verrugas. A excepción de la forma en punta, su cabeza era exactamente como la
superficie de la planta del peyote. Me quedé inmóvil, mirándolo; no podía
apartar los ojos de él.
Sentí que me estaba
presionando deliberadamente el pecho con el peso de sus ojos. Me ahogaba. Perdí
el equilibrio y me desplomé. Sus ojos se desviaron. Oí que me hablaba. Al
principio su voz fue como el manso crujir de una brisa ligera. Luego la percibí
como música -como una melodía cantada‑ y "supe" que estaba diciendo:
‑¿Qué quieres?
Me arrodillé frente
a él y hablé de mi vida. Luego lloré. Me miró de nuevo. Sentí que sus ojos
tiraban de mi y pensé que ese sería el momento de mi muerte. Me hizo seña de
acercarme. Vacilé un segundo antes de dar un paso. Mientras me acercaba, él
apartó de mí los ojos y me enseñó el dorso de su mano. La melodía dijo:
"¡Mira!" En medio de la mano había un agujero redondo.
"¡Mira!", dijo otra vez la melodía. Me asomé al agujero y me vi a mí
mismo. Estaba muy viejo y débil y corría encorvado; chispas brillantes volaban
en todo mi derredor. Luego tres de las chispas me golpearon, dos en la cabeza y
una en el hombro izquierdo. Mi figura, en el agujero, se irguió por un momento
hasta hallarse totalmente vertical, y luego desapareció junto con el hoyo.
Mescalito volvió de
nuevo los ojos a mí. Estaban tan cerca que yo los "oía" retumbar
suavemente con ese sonido peculiar tantas veces oído esa noche. Fueron
apaciguándose hasta ser como un estanque quieto, ondulado por destellos de oro
y negro.
Apartó los ojos una
vez más y, saltando como grillo, se alejó cosa de cincuenta metros. Saltó otra
y otra vez, y desapareció en la lejanía.
(…)
Fuente:
C.Castañeda(1974) Las enseñanzas de Don Juan. México: Fondo de Cultura
Económica.Pp_158-164
Descarga una versión aquí:
https://mega.nz/file/fjZyRIyL#sMixaN4dH1iLCPA4_n6Di3IPV7TOtulFzN8kE4GSjoM
No hay comentarios.:
Publicar un comentario