jueves, 3 de junio de 2021

RECOMENDACION DE UN LIBRO.

       

Por: Iconoclasta


Uno de los grandes escritores que los rodea un aura de lúgubre misterio lo encontramos en personajes como Carlos Castaneda (1925 -1998) que se nos presentas como lázaro vuelto de la tumba, el antropólogo que, al tratar de realizar un estudio sobre plantas medicinales en tierras mexicanas, se ve inmiscuido en un “andar” lleno de conocimiento y poder. Castaneda se vuelve aprendiz de “Brujeria”, del nahualismo del benefactor Juan Mathus. Que de manos de “aliados” como el toloache, una mezcla de hongo y el peyote le hacen ver una realidad diferente o como el mismo escritor lo dice. -una realidad no ordinaria. - de lo que es el mundo, también algunos lo han representado como la derrota del mundo contemporáneo ante los inexplicables elementos que se escapan de nuestra percepción citadina. En este primer encuentro con el poder, Castaneda se ve forzado a  aprender estas artes para defenderse de la bruja Catalina. Una enemiga implacable del nahual Matus. Con este primer libro.-que también fue su tesis .- con  esta “asechanza” comienza la magia de Castaneda. ¿Cómo debe de actuar alguien que busca conocimiento? Debe ser impecable es sus acciones, Cuando un hombre empieza a aprender, nunca sabe lo que va a encontrar. Su propósito es deficiente; su intención es vaga. Espera recompensas que nunca llegarán, pues no sabe nada de los trabajos que cuesta aprender. Pero uno aprende así, poquito a poquito al comienzo, luego más y más. Y sus pensamientos se dan de topetazos y se hunden en la nada. Lo que se aprende no es nunca lo que uno creía.

En verdad, los libros de Castaneda están rodeados de temas, que, aunque bizarros se pueden entender desde varios ángulos. Comparto una parte del libro, la saque al azar. Pero si les gustan las buenas lecturas llenas de conceptos arcaicos, oscuridad pasen a descargar el PDF, de igual manera  recomiendo el libro físico, que no pasa de 100 pesos.

 (…)

 

Tomando un botón de peyote, lo froté como él había hecho. Mientras tanto, don Juan canturreaba, oscilando a un lado y a otro. Traté varias veces de meter el botón en mi boca, pero me avergonzaba gritar. Entonces, como en un sueño, un alarido increíble salió de mí: ¡Aíííí! Por un momento pensé que se trataba de alguien más. De nuevo sentí en el estómago los efectos de un shock nervioso. Estaba cayendo hacia atrás. Me estaba desmayando. Metí en mi boca el botón de peyote y lo masqué.

.-¡Abuhtol [?] ya está aquí! -dijo.

Yo nunca había oído esa palabra, y meditaba si pre­guntarle sobre ella cuando percibí un ruido que parecía ser un zumbido dentro de mis orejas. El sonido se hizo gradualmente más fuerte, hasta semejar la vibración causa­da por un enorme zumbador. Duró un momento breve y se fue apagando hasta que todo estuvo otra vez en silencio. La violencia y la intensidad del ruido me aterraron. Tem­blaba tanto que apenas podía permanecer en pie; sin embar­go, mi estado era perfectamente racional. Si unos minutos antes me hallaba soñoliento, esta sensación había desapare­cido por entero, dando paso a una lucidez extrema. El ruido me recordó una película de ficción científica en que las alas de una abeja gigantesca zumbaban al salir de un área de radiación atómica. Reí de la idea. Vi a don Juan recli­narse para recuperar su postura relajada. Y de pronto volvió a acosarme la imagen de una abeja gigantesca. La imagen era más real que los pensamientos comunes. Estaba sola, rodeada de una claridad extraordinaria. Todo lo demás fue expulsado de mi mente. Este estado de claridad mental, sin precedente en mi vida, produjo otro momento de terror.Empecé a sudar. Me incliné hacia don Juan para decirle que tenía miedo. Su rostro estaba a unos centímetros del mío. Me miraba, pero sus ojos eran los ojos de una abeja. Parecían anteojos redondos, con luz propia en la oscuridad. Sus labios formaban una trompa y de ellos surgía un ruido acompasado: "Pehtuh‑peh‑tuh‑peh‑tuh." Salté hacia atrás, casi chocando contra el muro de roca. Durante un tiempo al parecer infinito experimenté un miedo insoportable. Ja­deaba y gemía. El sudor se había congelado sobre mi piel, dándome una rigidez incómoda. Entonces oí la voz de don Juan diciendo:

‑Anuhctal [según oí la palabra en esta ocasión] está aquí ‑dijo don Juan. Yo imaginaba el bramido tan atronante, tan avasallador, que nada más importaba. Cuando amainó, percibí un aumento súbito en el volumen de agua. El arroyo, que un minuto antes había tenido una anchura de menos de treinta centímetros, se expandió hasta ser un lago enorme. Luz que parecía venir de encima de él tocaba la superficie como brillando a través de follaje espeso. De tiempo en tiempo el agua cintilaba un segundo: dorada y negra. Luego quedaba oscura, sin luz, casi fuera de vis­ta y sin embargo extrañamente presente.

(…) 

Al pie de un peñasco vi a un hombre sentado en el suelo, con el rostro vuelto casi de perfil. Me acerqué hasta ha­llarme quizá a tres metros de él; entonces volvió la cabeza y me miró. Me detuve: ¡sus ojos eran el agua que yo acababa de ver! Tenían el mismo volumen enorme, el cinti­lar de oro y negro. La cabeza del hombre era puntiaguda como una fresa; su piel era verde, salpicada de innumera­bles verrugas. A excepción de la forma en punta, su cabeza era exactamente como la superficie de la planta del peyote. Me quedé inmóvil, mirándolo; no podía apartar los ojos de él.

Sentí que me estaba presionando deliberadamente el pecho con el peso de sus ojos. Me ahogaba. Perdí el equi­librio y me desplomé. Sus ojos se desviaron. Oí que me hablaba. Al principio su voz fue como el manso crujir de una brisa ligera. Luego la percibí como música -como una melodía cantada‑ y "supe" que estaba diciendo:

‑¿Qué quieres?

Me arrodillé frente a él y hablé de mi vida. Luego lloré. Me miró de nuevo. Sentí que sus ojos tiraban de mi y pensé que ese sería el momento de mi muerte. Me hizo seña de acercarme. Vacilé un segundo antes de dar un paso. Mientras me acercaba, él apartó de mí los ojos y me enseñó el dorso de su mano. La melodía dijo: "¡Mira!" En me­dio de la mano había un agujero redondo. "¡Mira!", dijo otra vez la melodía. Me asomé al agujero y me vi a mí mismo. Estaba muy viejo y débil y corría encorvado; chispas brillantes volaban en todo mi derredor. Luego tres de las chispas me golpearon, dos en la cabeza y una en el hombro izquierdo. Mi figura, en el agujero, se irguió por un mo­mento hasta hallarse totalmente vertical, y luego desapare­ció junto con el hoyo.

Mescalito volvió de nuevo los ojos a mí. Estaban tan cerca que yo los "oía" retumbar suavemente con ese sonido peculiar tantas veces oído esa noche. Fueron apaciguándose hasta ser como un estanque quieto, ondulado por destellos de oro y negro.

Apartó los ojos una vez más y, saltando como grillo, se alejó cosa de cincuenta metros. Saltó otra y otra vez, y des­apareció en la lejanía.

(…)

 

Fuente:

C.Castañeda(1974) Las enseñanzas de Don Juan. México: Fondo de Cultura Económica.Pp_158-164

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